En 1170 el rey Fernando II de León, después de haber derrotado a los musulmanes, repuebla la aldea, que había quedado muy despoblada tras la batalla y la dota de muralla y castillo, dándole el título de villa de Granada. Las Hurdes empezaron a depender de Granadilla, dividiéndose en la dehesa de lo Franqueado y la dehesa de las Jurdes, podemos decir sin exactitud la denominación actual de Hurdes bajas y las Hurdes altas, si bien con una suerte muy diferente, pues la dehesa de Jurdes es dada a la Alberca como dehesa de concejo, ahogando a sus habitantes, impidiéndoles la caza, la pesca y el cultivo, Diferente es en la dehesa de lo Franqueado, que previo pago, pueden realizar todo esto.
Si dura era la vida en la oscura edad media, más lo era en las zonas de montañas, en tierra pobre, aislada, sin vías de comunicación. Si además lo único que se podía hacer en ella para dar de comer a sus habitantes se prohibía o se tasaba con impuestos abusivos, lo hacía más duro aún. Quizás por ello la humanidad de sus habitantes que tenían que compartir todo lo que tenían y que sin duda ha quedado en los genes de sus descendientes.
Un error de cálculo del ingeniero que dirigió la obra del pantano de Gabriel y Galán, que aseguró que Granadilla estaba en la cota de inundación de sus aguas, hizo que sus vecinos fueran obligados a dejar la villa en 1961, haciendo que sus murallas, castillo, antiguas casas, etc., queden conservadas como entonces, ya que las aguas nunca llegaron a la población.
El castillo sin duda es la alhaja arquitectónica, conservado perfectamente, hace de la visita a Granadilla algo que no debemos perdernos: ver sus chimeneas, las empinadas escaleras, salas, salones, habitaciones con sus letrinas horadadas en sus muros, etc… a poca imaginación que tengamos, viajaremos 800 años atrás. Desde lo alto unas vistas inmejorables de toda la villa, de su muralla, del amplio pinar que se extiende a sus pies, del pantano que desborda su grandiosidad y enriquece los campos con sus aguas.
Pasear por sus calles empedradas en un día soleado de otoño, sin duda hace del momento un deleite, el Ayuntamiento, la cárcel, la iglesia, el barrio antiguo, hoy casi en ruinas y que data de la época de los musulmanes allá por el siglo IX, hace que nuestra cámara fotográfica no deje de trabajar.
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Durante la Edad Media fue el centro de innumerables luchas entre cristianos y musulmanes por dominar su inexpugnable castillo, desde el que se podía controlar un gran sector del Duero y sus valles vecinos. Tras la Reconquista, el pueblo conoció un gran esplendor, reflejado en dos extraordinarias iglesias románicas: San Miguel y Sta. María del Rivero, ambas construidas sobre la peña que otea el horizonte castellano. Los capiteles de la galería porticada de San Miguel son especialmente interesantes para grandes y pequeños, pues allí están eculpidas las figuras más representativas de aquella época: desde musulmanes con turbante hasta animales exóticos. También los de Santa María esconden muchas sorpresas, haciéndonos sentir la poderosa energía de los tiempos pasados petrificada en sus viejos muros.
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