Pasamos a Portugal por el moderno puente que une Ayamonte con Vila Real de Santo António y enseguida percibimos que estamos en un mundo sorprendente y distinto que guarda en su interior un sinfin de maravillas. El primer pueblo que encontramos nada más cruzar es Castro Marim, coronado por el castillo que Alfonso III mandó a construir en lo más alto, y que jugó un importante papel en las luchas del pasado con Castilla, así como en los viajes de los grandes descubridores. Desde sus muros se dominan las marismas del Sapal de Castro Marim, una reserva natural que se extiende sobre más de 2.000 hectáreas del estuario del Guadiana, y que alberga multitud de aves, en especial espátulas y flamencos. Al pie del Castillo se arraciman casitas blancas con las famosas chimeneas en forma de alminar. A cuatro kilómetros encontramos Vila Real de Santo António, donde uno puede disfrutar de un delicioso bacalao à braz en alguna de las hermosas terrazas cerca del río. Después podemos dirigirnos a Praia Verde, a unos seis kilómetros, y disfrutar de una impresionante panorámica de la costa donde las dunas y los pinares se han conservado intactos. Poco más adelante paramos en Cacela Velha, un pueblito de postal que tiene una iglesia del S. XII y unas playas infinitas por las que pasear al atardecer, viendo a los mariscadores faenar. La última parada de la ruta es Tavira, la joya del Algarve en cuanto a riqueza monumental, la cual incluye nada menos que 37 iglesias y las ruinas de un Castillo medieval. Atravesada por el río Gilao y bordeada por paradisíacas playas. Desde cualquier punto de vista la ciudad es un tesoro, uno de los muchos que guarda esta maravillosa región que, además de una amplia gama de hoteles y apartamentos de playa, ofrece desde hace unos años una creciente oferta de casas rurales para el turista interesado en conocer también sus tesoros naturales, gastronómicos y monumentales.

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